Cuando escuchamos la palabra culpa normalmente le damos una connotación negativa. Sin embargo, ese sentimiento que aparece cuando hacemos algo malo, lastimamos a alguien intencional o accidentalmente, o dejamos de hacer algo que debíamos hacer; es parte de nuestro código moral (reglas que determinan si lo que estamos haciendo esta bien o mal). Este sentimiento nos mantiene en el camino correcto y nos ayuda a reflexionar.
El problema con la culpa es que en ocasiones nos paraliza. Así como puede ser un motor para enmendar y cambiar ciertos comportamientos, también podemos caer en la trampa de la victimización, donde justificamos la falta de resultados con los errores del pasado.
Si hacemos de la culpa nuestro hogar emocional, por más incómodo que sea, nos vamos acostumbrando a su presencia.
Hay dos tipos de culpa:
La culpa efectiva:
Es el sentimiento de culpa que te ayuda evolucionar. Por ejemplo: te molestaste por causa de un malentendido, reaccionaste mal ante una situación o dijiste algo que no debías decir. En este caso, te puedes comunicar con las personas involucradas y disculparte.
Cualquier error que hayas cometido del cual se pueda generar un aprendizaje y una acción con la intención de enmendar lo sucedido, es un estilo de culpa que te lleva a la reflexión, al cambio y a la evolución.
En este caso, estoy hablando de situaciones muy sencillas y bastante cotidianas. Entiendo que hay situaciones que van a requerir más que una llamada telefónica y una disculpa. Sin embargo, mientras exista una acción que pueda generar un resultado positivo, reparador y un aprendizaje, estaremos hablando de la culpa efectiva.
Culpa inefectiva:
Es la culpa ligada al arrepentimiento. La podemos identificar fácilmente con la frase “Si hubiese…. hecho esto o aquello no me hubiese divorciado. Si hubiese estudiado esta carrera, hoy estaría en una mejor posición económica. Si no hubiese hecho esto seguiríamos siendo amigos(as)/ no me hubiesen despedido/ tuviese mi negocio propio, etc.
Todas estas frases que decimos con nostalgia, no nos ayudan. A veces las usamos como una forma de castigo, o por o el contrario, porque alimentan nuestra necesidad de significancia (la necesidad de sentirse único, especial y reconocido), pero al final empezamos a convertir estas frases en nuestras “historias”.
¡Si! Nuestras historias.
Pasan los años y nos repetimos estas historias una y otra vez solo para darnos cuenta de que nos quedamos estancadas en ellas.
¿Te identificas en este tipo de culpa?
¡Está bien! Reconocerlo es el primer paso. “Concientización” es el primer escalón para generar cambios duraderos.
¿Puedes tomar una acción para mejorar la situación actual o reparar el daño?
Si puedes, tómala.
Si no puedes, déjala ir.
La culpa inefectiva te drena, te cansa y te deprime. Todos cometemos errores, pero de éstos, aprendemos y por ende evolucionamos. Sé amable contigo y recibe de tu propia compasión. Liberarte de la culpa te ayudará a tomar mejores decisiones en el futuro y en consecuencia obtendrás mejores resultados.